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Viajé a la Antártida en diciembre de 2009. Un viaje en el que el asombro se convirtió en una tranquila costumbre. En la Antártida, lo bello se involucra con lo inhóspito y la sensación de esa mezcla literalmente se congela. Los escenarios -intangibles, categóricos y perfectos-, perduran casi intactos en el recuerdo. Si existen los lugares milagrosos, la Antártida, de entre ellos, es el único real.
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